Dice Jaime Roos que "cuando juega Uruguay corren tres millones". Será por eso, entonces, que la Celeste transmite esa sensación de equipo atolondrado, que primero atropella y después piensa. Muchas veces sus jugadores chocan increíblemente entre sí y dichas escenas remiten a picados de la pubertad. Pero, claro, en esto hay algo innegable: la entrega. Que empieza desde la voracidad que contagia el capitán Lugano, sigue en los raspones del doble cinco Pérez-Eguren y culmina en el trabajo arremangado de una luminaria como Forlán. Y es así como, de veras, parecen ser tres millones los que corren por el verde del Centenario. Puede dar fe Paraguay, el hasta ayer holgado puntero de las Eliminatorias.
La selección del Tata Martino no fue a defenderse a Montevideo, de hecho pudo ponerse en ventaja (Cabañas y Haedo Valdez desde lejos) pero lo liquidó que su situación sea tan distinta a la de los charrúas. Mientras uno juega para saber cuándo sellará el pasaje a su cuarto Mundial consecutivo, el otro no quiere volver a verlo por tele. Por eso Uruguay jugó y ganó una final, quizá no tan directa como la que tendrá el miércoles en Chile, pero fundamental para no salir de los puestos de clasificación.
Ahora bien, ya se destacó la garra charrúa, tuvo sus merecidas líneas, pero si Uruguay sumó tres porotos fue más que nada porque a la polenta le puso un condimento esencial: la pausa inteligente. Cebolla Rodríguez, sin ser un enlace clásico, encontró los huecos para sacarle grietas a los tan temidos volantes guaraníes y Luis Suárez entendió el juego. Entendió que un pase puede valer un gol y que en un día como el de ayer, por más que nos separe un charco, no se le debe robar pantalla a un Diego. O a dos. Diego Forlán y Diego Lugano. "Diego, Diego...".
La selección del Tata Martino no fue a defenderse a Montevideo, de hecho pudo ponerse en ventaja (Cabañas y Haedo Valdez desde lejos) pero lo liquidó que su situación sea tan distinta a la de los charrúas. Mientras uno juega para saber cuándo sellará el pasaje a su cuarto Mundial consecutivo, el otro no quiere volver a verlo por tele. Por eso Uruguay jugó y ganó una final, quizá no tan directa como la que tendrá el miércoles en Chile, pero fundamental para no salir de los puestos de clasificación.
Ahora bien, ya se destacó la garra charrúa, tuvo sus merecidas líneas, pero si Uruguay sumó tres porotos fue más que nada porque a la polenta le puso un condimento esencial: la pausa inteligente. Cebolla Rodríguez, sin ser un enlace clásico, encontró los huecos para sacarle grietas a los tan temidos volantes guaraníes y Luis Suárez entendió el juego. Entendió que un pase puede valer un gol y que en un día como el de ayer, por más que nos separe un charco, no se le debe robar pantalla a un Diego. O a dos. Diego Forlán y Diego Lugano. "Diego, Diego...".
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